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viernes, 27 de marzo de 2020

Mis vecinos y otros...animales




Llevábamos ya una semana de encierro y las salidas al balcón eran  la única conexión que nos quedaba con el mundo exterior. El real, y no ese que teníamos en las redes. Era donde podías ver con tus propios ojos al vecino de enfrente, a ese que a pesar de llevar años viviendo en el mismo sitio, jamás habías visto. Poner cara a la pareja de al lado, a esa que tantas veces te ha despertado con sus discusiones o con sus reconciliaciones, y descubrir que el piso del otro lado tenía inquilino. Se supone que nuestras cocinas daban pared con pared, pero jamás escuché nada ni me encontré a nadie en el descansillo. Bien podría ser un vecino nuevo o no. La vida en las grandes ciudades está tan deshumanizada que a pesar de vivir en bloques llenos de gente, no conocemos nada los unos de los otros. Nos decimos que es por no ser cotillas, por dejar espacio y libertad a los demás, pero en realidad es por dejadez y porque el resto de la gente nos importa bastante poco.

La cuestión es que en una de esas salidas para dar el merecido reconocimiento a todo el personal sanitario que cada día se jugaba su vida para salvar las de otros, escuchamos entre los aplausos la  música de un violín. No sabría decir qué pieza era ni quién su creador, pero la ejecución me parecía perfecta. Me asomé un poco más y pude ver el instrumento y a su dueño. Era un hombre de mediana edad, unos cuarenta y cinco, más o menos y con  un perfil angelical, de los ángeles del infierno. Cabello oscuro veteado por algunas canas en las sienes y recogido en una coleta. Brazos musculosos y llenos de tatuajes que le llegaban hasta las muñecas. El típico  hombre duro sensible. La música terminó y aplaudí. El vecino angelical tenía unos modales diabólicos y se metió en su casa sin dirigirme una mirada ni darme las gracias.
 

Al día siguiente la escena se repitió y al otro también, solo que esta vez el vecino me miró y me dio las gracias. Tenía los ojos oscuros y la sonrisa brillante.

-          ¿Te gusta lo que toco?

-          Esa música sí. Si tocas otras cosas desconozco si  me gustarían más o menos…que esta melodía.

-          Ya, pero en estos  momentos solo se puede tocar…música para el vecindario.

La conversación estaba subiendo de tono y no era el momento de que empezara a decantarse por colores…calientes.

-          ¿Nos vemos mañana en el mismo sitio y a la misma hora? Pregunté un poco  por ir terminando con aquello.

-          Mañana nos veremos…si Dios quiere.

Aquella expresión en su boca me sorprendió bastante. Pero durante todos los días que duró el cautiverio ni él ni yo faltamos a la cita en el balcón. Es lo más cerca de sentirme Julieta que he estado nunca.  Y al igual que ella yo también me quedé sin mi Romeo, o debiera decir sin mi Azraél.

Hoy, tiempo después, pasada nuestra pandemia y viendo en las noticias la proximidad de un huracán volví a escuchar un violín y supe que estaba de nuevo aquí. No me gustó.

Sonreí.

1 comentario:

  1. He de reconocer que esa idea de la presencia del mal me ha recorrido el espinazo, luego escucho a los pajarillos al amanecer y se me pasa el miedo. Quiero más pensar que es una advertencia de la naturaleza.

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