Datos personales

miércoles, 27 de septiembre de 2017

DOMISANTA






Fui a un colegio de monjas pero reconozco que nunca tuve vocación religiosa. Me gustaba demasiado la moda como para vestir los hábitos. Pero lo que siempre tuve fue un buen corazón y me compadecía de los más desafortunados, y aunque pensé que esto nunca me haría rica, decidí seguir mis ideales de ayuda al descarriado, aunque no sabía muy bien cómo hacerlo.

Con el devenir del tiempo acabé un buen día tomando un café con una antigua compañera de  universidad, que al igual que yo no siguió el camino laboral para el que nos habíamos preparado, o debería decir que fue el camino el que se alejó de nosotras. Pues por muchas entrevistas y curriculum enviados a diestra y siniestra a empresas especializadas en nuestro campo, ninguna tuvo a bien aceptarnos pagándonos un sueldo. Prácticas todas las que quisiéramos. La cuestión fue que mientras  yo terminaba de cara al público, mi compañera lo hizo partiendo la cara al público. Entiéndanme, lo hacía a petición de ellos, y claro como el público siempre tiene la razón, ella se esmeraba en poner culos morados a base de latigazos y lo que surgiera.

Cuando me contó lo de su profesión me acaloré un poco, aunque por no parecer pacata, disimulé como buena mujer de mundo, acostumbrada a todo. Y tanto disimulé que mi compañera vio en mí ansia por conocer más de su mundo y me invitó a una sesión.  Me comentó que yo no tendría que hacer nada, solo estar allí. Tenía a un cliente que le gustaba ser humillado delante de gente, y la persona que generalmente trabajaba con mi amiga tenía gripe y no podía acudir. Me dejé convencer porque sentía curiosidad y además como llevaría una máscara no me reconocerían.
 

Al día siguiente me encontraba vestida como catwoman delante de un tío vestido de criada, con delantal y cofia y…nada más. Mi amiga se esmeraba en su labor de proporcionarle placer a través de sus tacones, y el tipo aunque berreaba como un cordero recién nacido, se le notaba por su mirada que disfrutaba como un loco. Fue ahí donde me di cuenta que aquella era mi verdadera vocación. Dar placer al que no lo encuentra, enseñar a través de varazos cual es el camino al descarriado y cobrarle en generosos  donativos para engrosar un buen saldo en mi cuenta y ropa bonita en mi armario.
 

Y es que a veces es tan fácil hacer felices a los demás y que ellos te hagan a ti. Solo se precisa imaginación, un látigo y unos tacones.

lunes, 11 de septiembre de 2017

EN MANOS DE OTROS







Su manera de demostrar su devoción hacia mí era entregándome a otros para que me disfrutaran. Lejos de molestarme, me sentía halagada. Sólo puedes dejar lo que es tuyo, por lo tanto, si él me compartía con otros es porque me sentía suya, me sabía suya.

Cuando pasaba algún tiempo en compañía de alguno de sus amigos o amigas, sí, también me compartía con el género femenino, y casi puedo decir que eso aún lo disfrutaba más; no es lo mismo que te toque la áspera mano de un varón que la suave de una fémina, me miraba atentamente y palpaba cada rincón de mi cuerpo para comprobar que seguía siendo yo, que era la misma, que por mucho que hubiera sido sobada, mirada y admirada, no había cambiado nada.

Pero aunque él no lo notara, cada mano que había pasado por mí, me había cambiado. Cuando otros dedos que no son los de tu amo se posan en ti, invariablemente te hace cambiar. Esa presión ejercida con un dedo, esa mirada anhelante y deseosa que se posa en una parte de tu cuerpo y siente la necesidad de seguir mirando hacia el resto, ese aliento que te calienta el cuerpo aunque no quieras. Eso te hace cambiar. Quizá no por fuera, pero en el fondo del alma ya no eres la misma. Porque cada  mirada lee una cosa distinta en ti aunque siempre haya escrita las mismas letras.

Porque yo soy suya, porque él me ha escrito. Soy su libro, soy su novela.