Fui a un colegio de monjas pero
reconozco que nunca tuve vocación religiosa. Me gustaba demasiado la moda como
para vestir los hábitos. Pero lo que siempre tuve fue un buen corazón y me
compadecía de los más desafortunados, y aunque pensé que esto nunca me haría
rica, decidí seguir mis ideales de ayuda al descarriado, aunque no sabía muy
bien cómo hacerlo.
Con el devenir del tiempo acabé
un buen día tomando un café con una antigua compañera de universidad, que al igual que yo no siguió el
camino laboral para el que nos habíamos preparado, o debería decir que fue el
camino el que se alejó de nosotras. Pues por muchas entrevistas y curriculum
enviados a diestra y siniestra a empresas especializadas en nuestro campo,
ninguna tuvo a bien aceptarnos pagándonos un sueldo. Prácticas todas las que
quisiéramos. La cuestión fue que mientras
yo terminaba de cara al público, mi compañera lo hizo partiendo la cara
al público. Entiéndanme, lo hacía a petición de ellos, y claro como el público
siempre tiene la razón, ella se esmeraba en poner culos morados a base de
latigazos y lo que surgiera.
Cuando me contó lo de su profesión
me acaloré un poco, aunque por no parecer pacata, disimulé como buena mujer de
mundo, acostumbrada a todo. Y tanto disimulé que mi compañera vio en mí ansia
por conocer más de su mundo y me invitó a una sesión. Me comentó que yo no tendría que hacer nada,
solo estar allí. Tenía a un cliente que le gustaba ser humillado delante de
gente, y la persona que generalmente trabajaba con mi amiga tenía gripe y no
podía acudir. Me dejé convencer porque sentía curiosidad y además como llevaría
una máscara no me reconocerían.
Al día siguiente me encontraba
vestida como catwoman delante de un tío vestido de criada, con delantal y cofia
y…nada más. Mi amiga se esmeraba en su labor de proporcionarle placer a través
de sus tacones, y el tipo aunque berreaba como un cordero recién nacido, se le
notaba por su mirada que disfrutaba como un loco. Fue ahí donde me di cuenta
que aquella era mi verdadera vocación. Dar placer al que no lo encuentra, enseñar
a través de varazos cual es el camino al descarriado y cobrarle en generosos donativos para engrosar un buen saldo en mi
cuenta y ropa bonita en mi armario.
Y es que a veces es tan fácil
hacer felices a los demás y que ellos te hagan a ti. Solo se precisa
imaginación, un látigo y unos tacones.