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domingo, 15 de noviembre de 2015

Bares, qué lugares...






    No  hacía nada más que mirar el reloj. El tipo se estaba retrasando ya más de veinte minutos. Ella era de las que esperan poco, no de la vida, sino de los demás. No entendía muy bien como había llegado a aquella situación. Lorenzo no era precisamente el tipo de hombre que le quitaba el sueño. Era más bien anodino y sin nada interesante a primera vista, sin embargo cuando la invitó a verse en aquel lugar ella no supo negarse. Quizá fuera el tono de su voz. Entre cálido y sargento de artillería. Pensó que podía ser una aventura de contar a sus amigas. Pero ahí estaba ella, esperando a un tío de lo más anodino, vestida con su traje de guerra. Rojo pasión y ajustado como una segunda piel. No sabía muy bien porqué se había vestido así. No es que buscara una aventura con el contable de la empresa, ella era más bien mujer de aventuras pasionales con hombres con pinta de Indiana Jones; y Lorenzo era el prototipo de persona más alejado que hay a un aventurero de leyenda.
Estaba a punto de pedir su segunda copa, cuando la voz de un hombre detrás de ella, clara, potente y varonil, pidió una copa y le dijo al camarero que le sirviera otra a ella. Meli giró su cabeza y se encontró con la imagen soñada de un dios griego. Un hombre alto, moreno, de ojos color mar y sonrisa picarona.
- No necesito que me invite a nada, gracias. Si quiero algo ya lo pediré yo.
- ¿Estás segura que serás capaz de pedir lo que quieres?- contestó él con su voz profunda y algo rasgada.
- Seguro; contestó Meli sabiendo que la realidad no sería esa.

El tipo la miró y sonrió. Sacó un billete de los grandes y le dijo al camarero que se cobrara lo suyo y lo de la dama.
Ella iba a protestar, pero el desconocido ya se había dado media vuelta sin esperar tan siquiera el cambio. Lo único que había dejado era una tarjeta con un nombre, un teléfono y la siguiente frase:
Si te atreves a hacer realidad tus sueños, llámame.

Meli se guardó la tarjeta en su bolso, se bebió de un trago su copa y se largó del lugar sin esperar más al que se suponía que iba a ser su acompañante aquella noche. Antes de salir por la puerta ya estaba marcando el número del desconocido. Se le había caído un sobre a sus pies y ella tenía la intención de devolvérselo. No pensaba quedarse con todo aquel dinero. No quería que pensara que sus sueños tenían un precio.


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